Mi nombre es Wilma Rueda, oriunda de Colombia, actualmente residente en Alemania. Conozco a Guruji hace más de 20 años, desde que Él era muy jovencito y usaba su pelo largo y enrulado. En esa época era seguidora de Sathya Sai Baba, y también sentía una gran atracción por Yogananda, pues había leído su libro “Autobiografía de un Yogui”. Considero que esa fue la herramienta que Dios utilizó para prepararme, pues anhelaba conocerle, internamente le pedía “Yogananda ven a mí, por favor”, su profunda sonrisa me había enamorado, y mi corazón lo llamaba con fervor. 

Por eso, acepté sin dudar la invitación de conocer a Paramahamsa Sri Swami Vishwananda; al ver Su rostro y sus cabellos extensos con delicados rulos me lo recordó de inmediato. ¿Sería Yogananda? En ese momento no tenía el reconocimiento de hoy día; se realizaban pequeñas reuniones, en general presenciábamos el encuentro alrededor de 15 personas y podíamos entrevistarnos con Él de forma individual.

En el lugar de los encuentros tenían una habitación decorada con estatuas de la Virgen, Jesucristo, Budas… estaba lleno de imágenes de santos, realmente era hermoso. En los eventos acostumbraba a  posar Su mano en nuestra frente, dar bendiciones, cantar bhajans. Generalmente hacían reuniones espirituales y allí es donde más se conectaba con las personas que lo visitaban.

Ese día yo llegue de primera, pues voy siempre de primeras y me tope al instante con su altar, lo vestían rosas preciosas, no eran de esas pequeñas, sino más bien grandes y colmadas, irradiaban  belleza. Eran de mi color preferido, similar al del champagne, apenas rosadas, de una calidez única…  Justo en el momento que las contemplaba se apareció Guruji y casi sin pensarlo exclamé: “¡Pero qué rosas más divinas! Él, divertido, respondió: “Al finalizar esto, te daré unas”; yo no salía de mi asombro y apenas atiné a decir: “¡Oh!, ¿De verdad? Muchas gracias”.

Imaginen que mientras se desarrollaba el evento solo podía pensar en el momento de su gran obsequio. Para mi sorpresa, se acercaba el final y no había noticias de las rosas. En mi mente solo podía decir: “¡No puedes reclamarle nada, no puedes pedírselas! Cuando ya estaba rendida y creía que lo había olvidado, ¡Él lo recordó! Se me acercó y tomo seis bellas rosas, lo vi alejarse a la cocina, buscó papel de periódico y las envolvió con una destreza inigualable, como si hubiese dedicado toda su vida a envolver flores. Las había dispuesto ordenadamente en el ramo, humedecido en el tallo y envuelto en una bolsita con una perfección asombrosa, pues Él sabía que tenía más de una hora de viaje a casa y podrían estropearse. Sin lugar a dudas, ese acto sencillo e inmenso dejaba en evidencia su ilimitada humildad.

Lo que les contaré en palabras a continuación no le hará justicia a la emoción que vivencia ese día. Una vez listo el ramo se acercó y con Su mano lo dispuso próximo a mi pecho, a corta distancia también de mi garganta… No sé exactamente qué fue lo que sucedió en ese instante, pero será una sensación que guardaré en mi corazón para siempre, pues pude sentir una oleada de electricidad  que invadía todo mi cuerpo, como si una llama me tomara y me envolviera en una fogata intensa. Se podía percibir la dicha eterna en esa caudal de energía, simplemente era un volcán de amor que me quemaba, y al mismo tiempo abrazaba con su ternura. Se sintió perpetuo, pero apenas duró unos segundos… Es la primera vez que expongo esta historia, pues la atesoro como uno de los regalos más increíbles e inmensos que he recibido… La cuestión es que cuando pude volver en sí, extasiada, me dirigí de regreso a casa.

La sobredosis de amor duró cuatro días, realmente sentía una locura maravillosa en mi interior, estaba tan alegre que apenas podía dormir o comer, me suspendía en una nube de éxtasis que no podía comprender, realmente pululaba en el aire de la dicha que me acontecía. Incluso por momentos era difícil de procesar, pues no conocía tanta felicidad, lo que resultaba complejo de entender para mi mente.

En esos días comprendí que mi camino era uno y le pertenecía a Guruji, por eso tuve que tomar la dura decisión de dejar a Sathya Sai Baba, lo que presentaba una gran dificultad pues le tenía un inmenso cariño, pero era imposible no atender el inminente llamado de mi Gurú, quien con palabras invisibles talló en sus rosas “Ven a mi” y yo, fiel a su amor, me entregué a Sus Pies con entera devoción.

Desde allí, solo me guían sus pasos. Mi gran maestro, pero sobre todo, mi gran amigo Paramahansa Sri Swami Vishwananda.

Con gran pasión y cariño, Wilma.